Hace poco más de 47 años se establecía el record
español posiblemente vigente desde hace más tiempo –y no sólo de ciclismo-,
el de la hora, establecido por Roberto
Palavecino el domingo 30 de octubre de 1971 en el velódromo abulense de El Tiemblo,
un recinto que se había inaugurado un año antes y que en sus primeros meses de
existencia se había estrenado como meta del Campeonato de España de carretera
con triunfo de José Antonio González Linares. El velódromo todavía sigue
existiendo, en buen estado de conservación, a pesar de sus limitaciones
técnicas, y reivindicaba recientemente una mayor actividad.
El ciclista madrileño, uno
de los más destacados pistards de su época –campeón de España de persecución en
1967, 1969 y 1970 y varias veces recordman de dicha distancia, dejándolo en
4:53.6-, rodaba a una media de 43,864
kilómetros –y 85 centímetros, según recoge el diario ABC de aquella fecha- y superaba dos marcas. Por un lado, la
amateur -categoría en la que militaba entonces- en poder del mallorquín
Sebastián Sastre, de 42,442, lograda el 21 de junio de 1959 en el velódromo de
Artá; por otro, la profesional del también mallorquín Bernardo Capó, de 42,663 kilómetros
desde el 22 de noviembre de 1947 en el mítico recinto de ‘El Tirador’ de la
capital, Palma.
Es cierto que, en el
transcurso de su tentativa del record de la hora en septiembre de 1994 en
Burdeos, Miguel Indurain pulverizaba el
registro del madrileño, con una distancia de 53,040. Pero también lo es que
dicha plusmarca dejó de ser récord nacional con motivo del cambio de normativa
para ser ‘trasladada’ a la categoría de mejor marca de la hora.
“Pues no sabía que seguía siendo el record” reconoce Palavecino cuando hablamos con él. “Me acuerdo de lo de Indurain, pero no sabía lo que me cuentas. Creía que alguno más lo había hecho después”. A sus 69 años nos dice que acaba de comprarse una bicicleta con la que suele salir por el carril de la carretera de Colmenar, que sigue bastante el ciclismo de carretera, pero no el de pista “y eso que hemos tenido corredores muy buenos como Llaneras, aunque ahora no hay muchos”.
Y es que entonces, como ahora, “los pistards estábamos malditos. Nos despreciaban continuamente, aunque yo también hacía carretera y llegué a ganar el Campeonato de España de amateurs, en 1973, que me sirvió para pasar a profesional. Empecé a montar en la escuela que había en el velódromo del Palacio de Deportes, con quince años. Y entonces corría pista, carretera y todo lo que se terciara. Hace poco Javier Mínguez me dijo que si no me hubiera metido en pista habría sido mejor corredor, aunque me quedó con las palabras de Luis Ocaña, que en la Vuelta a Levante del año 1974 –el único que estuvo como profesional- me dijo que no había visto nunca a un neoprofesional desenvolverse en un pelotón como yo. La pista te da mucha habilidad”.
Sobre los detalles de su record, lo recuerda todo perfectamente. “Ese año había estado en Turquía, en los Juegos del Mediterráneo, en septiembre. Y venía en un gran estado de forma. Le comenté la idea a Juan Carlos Pérez, entonces técnico de la Federación, y me apoyó en todo lo que pudo, dejándome también material, en concreto unas ruedas, porque entonces no había mucho donde elegir. Buscamos algún velódromo y El Tiemblo nos pillaba bien, aunque no era la mejor pista para el record, ya que era muy rugosa. Recuerdo que estuvo allí Rafael Torres, que era árbitro, aparte de secretario de la Federación”.
“La idea que teníamos era llegar a 44 kilómetros –continúa-, que era una cifra redonda. Juan Carlos Pérez me iba marcando en una tablilla el ritmo que llevaba y yo sabía el promedio que tenía que hacer para llegar a esa distancia, si estaba en tiempo o no. Me faltaron menos de 200 metros, pero conseguí batir los dos récords”. Aun así, reconoce que “me equivoqué con el desarrollo, ya que monté un 52 x 15 y tendría que haber sido 51 x 15. Se me hizo durísimo, porque cuando terminé no me podía ni ponerme derecho siquiera. Estaba totalmente encorvado. Pocas veces he tenido un dolor así en la zona lumbar”.
El record tampoco tuvo mucha trascendencia, ni ninguna repercusión en su carrera. “Salió en la prensa, sobre todo en la de la zona, pero poco más. Creo que mucha gente ni se enteró”. No fue como el de Eddy Merckx en México, apenas un año más tarde. “Merckx era Merckx”, ríe.
Medio siglo después, y aun sabiéndose ya como recordman tras nuestra conversación, a Palavecino no le importaría que se batiese su plusmarca. Todo lo contrario, porque “es muy fácil de batir, sin necesidad de ser una figura. Con el material que hay ahora, con la preparación, y sobre todo con los velódromos, está al alcance de muchos ciclistas”.
“Pues no sabía que seguía siendo el record” reconoce Palavecino cuando hablamos con él. “Me acuerdo de lo de Indurain, pero no sabía lo que me cuentas. Creía que alguno más lo había hecho después”. A sus 69 años nos dice que acaba de comprarse una bicicleta con la que suele salir por el carril de la carretera de Colmenar, que sigue bastante el ciclismo de carretera, pero no el de pista “y eso que hemos tenido corredores muy buenos como Llaneras, aunque ahora no hay muchos”.
Y es que entonces, como ahora, “los pistards estábamos malditos. Nos despreciaban continuamente, aunque yo también hacía carretera y llegué a ganar el Campeonato de España de amateurs, en 1973, que me sirvió para pasar a profesional. Empecé a montar en la escuela que había en el velódromo del Palacio de Deportes, con quince años. Y entonces corría pista, carretera y todo lo que se terciara. Hace poco Javier Mínguez me dijo que si no me hubiera metido en pista habría sido mejor corredor, aunque me quedó con las palabras de Luis Ocaña, que en la Vuelta a Levante del año 1974 –el único que estuvo como profesional- me dijo que no había visto nunca a un neoprofesional desenvolverse en un pelotón como yo. La pista te da mucha habilidad”.
Sobre los detalles de su record, lo recuerda todo perfectamente. “Ese año había estado en Turquía, en los Juegos del Mediterráneo, en septiembre. Y venía en un gran estado de forma. Le comenté la idea a Juan Carlos Pérez, entonces técnico de la Federación, y me apoyó en todo lo que pudo, dejándome también material, en concreto unas ruedas, porque entonces no había mucho donde elegir. Buscamos algún velódromo y El Tiemblo nos pillaba bien, aunque no era la mejor pista para el record, ya que era muy rugosa. Recuerdo que estuvo allí Rafael Torres, que era árbitro, aparte de secretario de la Federación”.
“La idea que teníamos era llegar a 44 kilómetros –continúa-, que era una cifra redonda. Juan Carlos Pérez me iba marcando en una tablilla el ritmo que llevaba y yo sabía el promedio que tenía que hacer para llegar a esa distancia, si estaba en tiempo o no. Me faltaron menos de 200 metros, pero conseguí batir los dos récords”. Aun así, reconoce que “me equivoqué con el desarrollo, ya que monté un 52 x 15 y tendría que haber sido 51 x 15. Se me hizo durísimo, porque cuando terminé no me podía ni ponerme derecho siquiera. Estaba totalmente encorvado. Pocas veces he tenido un dolor así en la zona lumbar”.
El record tampoco tuvo mucha trascendencia, ni ninguna repercusión en su carrera. “Salió en la prensa, sobre todo en la de la zona, pero poco más. Creo que mucha gente ni se enteró”. No fue como el de Eddy Merckx en México, apenas un año más tarde. “Merckx era Merckx”, ríe.
Medio siglo después, y aun sabiéndose ya como recordman tras nuestra conversación, a Palavecino no le importaría que se batiese su plusmarca. Todo lo contrario, porque “es muy fácil de batir, sin necesidad de ser una figura. Con el material que hay ahora, con la preparación, y sobre todo con los velódromos, está al alcance de muchos ciclistas”.
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