Volvemos a contar nuevamente
con Carmelo Esteban como colaborador de lujo en TrackPiste para que nos traiga
un nuevo texto histórico, en esta ocasión sobre las pioneras del ciclismo
femenino… que también lo fueron del ciclismo en pista, a finales del siglo XIX.
La aparición de la
bicicleta ‘safety’, y su producción en serie en la última década del siglo XIX,
supuso un punto de inflexión para el deporte ciclista en general, pero
especialmente resultó un gran progreso hacia la emancipación de la mujer.
Los velocípedos evolucionaron entonces desde las antiguas ‘michaulinas’, de
enorme rueda delantera, hacia las más confortables y seguras ‘safety’,
invención del inglés John Kemp Starly, en 1885, prototipo de la bicicleta
moderna que ahora conocemos: cuadro de aspecto trapezoide, ruedas pequeñas del
mismo tamaño y tracción trasera por cadena. El escocés John Boyd Dunlop
completó la obra, en 1888, con otra gran revolución técnica: los neumáticos de
caucho hinchables.
Sin embargo, montar
en bicicleta en aquellos años 90 implicaba todo un desafío para la mujer ante
la sociedad machista que consideraba el ciclismo un ejercicio poco
decoroso, incluso perjudicial para el organismo femenino. Buena parte de la controversia,
más allá del deporte y de la estética, giró en torno al atuendo. Los trajes
victorianos, las faldas largas y el corsé resultaban totalmente inadecuados
para pedalear -o practicar cualquier otra actividad-, y aquellas prendas
fueron sustituidas por otras más cómodas, como los entonces polémicos
pantalones bombachos ‘bloomers’, fruncidos a la altura de la rodilla,
popularizados por la activista y promotora de la bicicleta norteamericana
Amelia Bloomer. A pesar de las críticas sociales y moralistas que trataban de
disuadirlas, aquellas pioneras, ya fueran competidoras o simples usuarias de
la bicicleta, rompieron muchos de los estereotipos de feminidad de la época,
y el ciclismo femenino se puso, en cierta manera, de moda.
Helene Dutrieu |
En ese contexto comenzaron
a disputarse todo tipo de carreras, básicamente en pista, haciéndose muy
popular entonces el récord de la hora, desatándose una fiebre singular por
batirlo. Abrió la veda un hombre, el mítico Henri Desgrange; en un lugar
también mítico, el velódromo Buffalo de París, en mayo de 1893. Pero solo
dos meses después surgió la rivalidad femenina, que llevó a establecer el
récord hasta tres veces consecutivas en aquel mismo año: en julio, la
francesa Antoinette De Saint-Sauver marcaba el primer registro de la historia,
con un tiempo de 26,012 kilómetros; en agosto, su compatriota Renée Debatz
realizaba 28,019 km -ambas en el mismo escenario parisino que Desgrange-, y en
octubre, esta vez en el velódromo Lillois de Lille, fue el turno para la belga
Hélène Dutrieu, estableciendo una marca de 28,780 km, que ya se mantuvo vigente
hasta 1897, a pesar de numerosos intentos por batirlo.
Pequeña biografía de
las pioneras
Las tres ‘pistards’
mencionadas, junto a la sueca Tillie Anderson, pueden considerarse las pioneras
del ciclismo femenino de competición. Apenas se sabe nada acerca de las dos
galas más allá de aquellos récords y de sus breves carreras ciclistas. De la
primera, Antoinette De Saint-Sauveur, ni siquiera se conoce con certeza su
nombre real -ella misma trató de ocultarlo-, aunque se especuló sobre su
procedencia aristocrática. De la segunda, Renée Debatz, que actuaba en el
Théâtre des Nouveautés de París, y poco más. Por el contrario, tanto de Dutrieu
como de Anderson sí que se puede hilar una pequeña biografía.
Hélène Dutrieu (1877–1961)
nació en Tournai, Bélgica, y aquel récord de la hora, que logró con tan solo 16
años, significó el inicio de su leyenda. En su brillante
palmarés también destacan los dos primeros Campeonatos del Mundo de ciclismo
femenino de la historia, en la modalidad de velocidad en pista -la única
disciplina que se disputaba entonces-, logrados de forma consecutiva los años
1896 y 1897, ambos celebrados en el velódromo de Ostende, Bélgica.
Pero Dutrieu no
solo destacó por su talento físico y competitivo, sino, además, lo hizo por su
destreza para conducir cualquier tipo de vehículo. Gracias a ello se ganó
la vida realizando acrobacias en bicicleta en el circo que dirigía su hermano
Eugene -también reputado ciclista-, o ejecutando arriesgadas maniobras en
motocicleta y automóvil. Después, hacia 1908, se convirtió en piloto de
aviación, siendo la primera mujer en realizar vuelos con pasajeros, hasta que
estalló la Primera Guerra Mundial y decidió alistarse en la Cruz Roja como
enfermera y conductora de ambulancias. Luego contrajo matrimonio, colaboró como
periodista, e hizo alguna aparición como actriz.
Tillie Anderson |
Al mismo tiempo, al
otro lado del Atlántico emergía la figura de Tillie Anderson (1875–1965),
referente norteamericano del ciclismo femenino de la época. Nació en Skáne,
Suecia, pero siendo una adolescente emigró con su familia a Estados Unidos,
para residir en Chicago. Allí trabajó como costurera en una sastrería y gastó
sus ahorros en la adquisición de su primera bicicleta. Con 18 años debutó en
competición en una carrera de larga distancia en carretera, ¡¡y venció!!.
Tillie quería ser profesional, entrenaba en bicicleta, hacía pesas en el
gimnasio y cuidaba su dieta. Poco después, en 1896, accedía al pujante
circuito de pruebas de Seis Días en pista, donde podía expresar todo su
potencial físico e inteligencia.
Anderson ganó 123
carreras de las 130 en que participó, hasta que tuvo que dejar la competición,
en 1902,
tras dos sucesos que truncaron su carrera deportiva: el fallecimiento por
enfermedad de su marido y entrenador, y la trágica muerte por accidente de una
compañera y gran rival, Dottie Farnsworth, que desembocó en la prohibición de
la competición ciclista femenina en Estados Unidos. Tras ello, trabajó de
masajista y vivió una vida tranquila, sin dejar nunca de montar y reivindicar
el uso de la bicicleta.
Anecdóticos
antecedentes en España
Aunque de forma mucho
más tímida que en los países del entorno y Norteamérica, en España también
se disputó alguna competición femenina en aquel final de siglo XIX. La primera,
documentada en 1892, se celebró en el velódromo de la Ronda de Sant Pere,
en Barcelona -como comentamos en las primeras líneas de un artículo reciente-.
Se trató de una carrera de 1.000 metros donde tomaron parte cuatro mujeres:
Aida M.B. Forest -que resultó vencedora con un tiempo de 3 minutos y 19
segundos-, Adela Aymerich, Herminia Visié y Josefa Miquel.
Y antes de finalizar
el siglo se celebraron, al menos, otras dos carreras: una en
Madrid, en 1897, en una pista improvisada en los Jardines del Retiro, y la
otra, un año después, en el velódromo de Sevilla. En ambas se presentaron media
docena larga de participantes y un amplio número de aficionados que aportaron
suculentas apuestas. El éxito de la iniciativa y, sobre todo, la posibilidad
de generar un buen negocio, llevó a programar más carreras femeninas en otras
localidades de la geografía española. Sin embargo, Gobernación Civil prohibió
entonces las apuestas y, con ello, se desvaneció la viabilidad del proyecto.
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