La décima entrega de nuestra
historia de los Juegos Olímpicos nos lleva a Los Angeles, en 1932, con
la que seguimos recordando y reconociendo la importancia de nuestro deporte
dentro del olimpismo.
Las consecuencias económicas del crack del 1929, con la gran depresión, y lo largo -y costoso- del desplazamiento supusieron una sensible merma de la participación con respecto a la de Amsterdam 1928, bajando de 3.200 participantes a 1.925, aunque el número de países se mantuvo estable, en parte porque casi todas las naciones quisieron tener representantes, aunque fuera de una forma testimonial. Unos Juegos que no tuvieron grandes hitos, salvo la consolidación de la Villa Olímpica, ya con una estructura similar a la que conocemos ahora, aunque solo para los hombres, o la introducción del cronometraje automático en atletismo; en ciclismo aún tardaría algunos años.
Las consecuencias económicas del crack del 1929, con la gran depresión, y lo largo -y costoso- del desplazamiento supusieron una sensible merma de la participación con respecto a la de Amsterdam 1928, bajando de 3.200 participantes a 1.925, aunque el número de países se mantuvo estable, en parte porque casi todas las naciones quisieron tener representantes, aunque fuera de una forma testimonial. Unos Juegos que no tuvieron grandes hitos, salvo la consolidación de la Villa Olímpica, ya con una estructura similar a la que conocemos ahora, aunque solo para los hombres, o la introducción del cronometraje automático en atletismo; en ciclismo aún tardaría algunos años.
Van Egmond Foto: Wikipedia |
Las pruebas no se disputaron en el
mismo Los Ángeles, sino en el estadio de Rose Bowl, en Pasadena, en
una pista provisional de 400 metros en madera. Un recinto que, en la otra
edición olímpica celebrada en Los Angeles, en 1984, acogería las competiciones
de fútbol y que actualmente es Monumento Histórico Nacional.
Como ya hemos manifestado, el programa
deportivo se había consolidado en cuatro pruebas, velocidad, kilómetro, tándem y
persecución por equipos. La gran novedad en Los Angeles fue el nuevo
formato de velocidad, con enfrentamientos a dos mangas ganadas. El
neerlandés Jacques Van Egmond superaba en la final al francés Louis Chaillot,
con el transalpino Bruno Pellizari llevándose el bronce ante el Dunc Gray, que
no quiso salir en la final B como protesta por su derrota en la semifinal ante
el galo de una forma muy apretada que consideró injusta.
Quizá ese descanso le permitió
ganar el kilómetro, con un tiempo de 1.13.0 frente al ganador de la velocidad
que se llevaba la plata, con 1.13.3, y con el francés Charles Rampelberg. Por
cierto, Gray -del que ya contábamos en la anterior entrega que da nombre al velódromo olímpico de Sidney- se curó de una grIpe gracias a una pócima
milagrosa de su entrenador que contenía brandy… algo bastante complicado de
conseguir en aquellos años de ‘Ley seca’.
También subiría de nuevo al
podio Chaillot, que formando pareja con Maurice Perrin le daba el triunfo en tándem
a Francia. La plata, como en 1928, le correspondía a una Gran Bretaña en la
que repetía Ernest Chambers, esta vez compitiendo con su hermano menor Stan.
Dinamarca completaba el podio.
Pavesi, tras su triunfo. Foto: Olympic.org |
Y terminamos
con la persecución por equipos, que conocía un nuevo triunfo de Italia,
imbatible en esta disciplina desde su inclusión en 1920, esta vez con una
cuarteta formada por Marco Cimatti, Paolo Pedretti, Alberto Ghilardi y Nino
Borsari, todos ellos en su primera y única participación. Como curiosidad
diremos que en la clasificatoria marcaron 4:52.9, record olímpico por
primera vez por debajo de los cinco minutos. Francia y Gran Bretaña obtendrían
las otras preseas.
Para los
aficionados al ciclismo en pista, sin embargo, el nombre más conocido de
esta edición no compitió en el velódromo, sino en la prueba de carretera,
ganando el oro individual y por equipos, con Italia. Hablamos de Attilio
Pavesi, al que la II Guerra Mundial le impidió tener una más larga carrera
en carretera, quizá porque el estallido le pilló en Argentina compitiendo en
una prueba de Seis Días, estableciéndose definitivamente en el país sudamericano
hasta su muerte, en 2011. No obstante, sus méritos fueron reconocidos en su
provincia natal de Piacenza cuando el velódromo de Fiorenzuola d’Arda fue
bautizado con su nombre de 2008.
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