Los Juegos Olímpicos de Río,
celebrados del 5 al 21 de agosto, pasaron por una serie de fases muy
distintas, desde su nominación hasta su epílogo. De la ilusión en el
momento de su nominación en 2009 debido a que eran los primeros Juegos que
se iban a disputar en Sudamérica, en un país que por entonces estaba en un
importante crecimiento económico -aunque ello supusiese la segunda derrota
de Madrid que tuvo incluso más votos en la primera ronda, pero no en las
siguientes-. Luego se pasó dos etapas de preocupación, una de carácter
logístico, por el cambio de la situación económica que conllevó el retraso en
la ejecución de las obras, y otra sanitaria, por la plaga del mosquito
zika, que al final no supuso mayor problema en el invierno brasileño. De
ahí se pasó al entusiasmo, por el notable desarrollo de los Juegos, sin
ninguna incidencia salvo los problemas de transporte que ya se preveían en
una ciudad con una orografía tan complicada como la brasileña. Y finalmente la
secuela de los mismos, con numerosas instalaciones desaprovechadas, e
incluso abandonadas.
El velódromo olímpico, ubicado en el
Parque Olímpico de Barra, es un excelente ejemplo. Rio de Janeiro ya disponía de un velódromo en esa misma zona que
había sido levantado en 2007, para los Juegos Panamericanos y como parte de la
candidatura olímpica. Pero tenía varios pilares centrales que, según decían,
dificultaban la visión, y una pista que no era lo suficientemente rápida. Por
lo tanto, se planteó una reforma que resultaba tremendamente cara, tanto que se
decidió construir uno nuevo, al ser más rentable… aunque el coste final del
nuevo superase los 37 millones de euros. Desde 2013 problemas financieros y
de seguridad en la construcción retrasaron la obra que no pudo ser entregada
hasta un mes antes de la inauguración y sobre la que sólo se pudo rodar a
partir del 24 de julio. ¿Y después? Abandono, pese a ser el único velódromo
brasileño de tanto nivel, debido al altísimo coste de mantenimiento, y dos
incendios, aunque durante los Juegos se celebró una competición ciclista de altísimo nivel.
Y antes de profundizar en la competición de
pista, recordar a los tres grandes protagonistas de aquella edición: el nadador
Michael Phelps que con cinco medallas más, culminaba su trayectoria con 28
metales (23 de oro), una cifra que será casi imposible de batir; el atleta Usain Bolt,
con un nuevo triplete en las pruebas de velocidad, y la gimnasta Simone
Biles, con sus cuatro oros… y sus exhibiciones.
Pero también debemos referirnos a los
pistards británicos, que por terceros Juegos consecutivos arrasaron en el
medallero de un programa que no cambiaba con respecto al de Londres:
velocidad individual y por equipos, keirin, persecución por equipos y madison, para
ambos sexos. Seis oros, cuatro platas y un bronce, para un total de once
medallas, mientras que ninguno de sus rivales pudo pasar de dos.
En este equipo, hay que destacar el
nombre de Jason Kenny. Retirado Chris Hoy, el de Bolton asumió el liderato
de la velocidad británica. En la individual, marcaba el mejor tiempo en los 200
(9.5519 para no ceder en ningún enfrentamiento, salvo en la primera semifinal
ante Denis Dmitierv, y derrotar en la final a su compatriota Callum Skinner,
sin desempate. El bronce sería para el ruso, ganador también en dos mangas
del australiano Matthew Glaetzer.
Los dos velocistas, con Philip Hindes
como arrancador, formaron el trío que mantuvo un bonito duelo con la Nueva Zelanda de Ethan Mitchell, Sam Webster y Eddie Dawkins que en aquellos
días vivía su mejor momento y incluso en la primera ronda marcaba un mejor
registro que los británicos, aunque en la final les superaba por una décima (42.440 a 42.544). Francia, con Grégory baugé, François Pervis y Michaël D’Almeida
se llevaba el bronce al superar a una Australia que se quedaba con el ‘chocolate’
por tercera edición consecutiva.
Y en el keirin, Kenny lograba el
tercer oro que le llevaba a compartir el olimpo con Hoy de ser el ciclista con
más oros en unos Juegos -seis y una de plata-. El neerlandés Matthijs
Büchli y el malayo Azizulhasni Awang compartían podio con él.
En el fondo, Gran Bretaña recuperaba
al mítico Bradley Wiggins para formar una cuarteta de lujo con Owain Doull,
Steven Burke y Ed Clancy: Batían el record del mundo en la clasificatoria
(3:51.934), en primera ronda (3:50.570) y en la final (3:50.265), donde daban
cuenta de Australia, con Alex Edmondson, Jack Bobridge, Michael Hepburn y Sam Welsford
(3:51.008). Dinamarca (Lasse Norman Hansen, Niklas Larsen, Frederik Madsen y
Casper Von Folsach) superaba a Nueva Zelanda en la final B.
Solamente el ómnium se les escapó a los
británicos, aunque Mark Cavendish terminaba en segundo lugar, superado sólo
por Elia Viviani y con Lasse Norman Hansen como bronce, con 207, 194 y 192
puntos. El danés comenzó muy fuerte, ganando las dos primeras pruebas, el
scratch y la persecución. Pero una mala eliminación le relegaría a posiciones
inferiores, sin tener ya opciones ante un Viviani más regular.
En el fondo femenino, también color
británico, con la entonces Laura Trott -novia de Kenny y hoy su mujer- llevándose
dos oros, como había sucedido en Londres. En la persecución, junto a Katie
Archibald, Joanne Rowsell Shand y Elinor Barker, superando en la final -récord
del mundo incluido, 4:10.236- a la potentísima cuarteta estadounidense, con
Sarah Hammer, Kelly Catlin, Chloé Dygert y Jennifer Valente (4:12.454). Canadá -Allison Beveridge, Jasmin Glaesser, Kirsti
Lay y Georgia Simmerling, se imponía a Nueva Zelanda en la lucha por el bronce.
En el ómnium, ningún
problema para Trott que, salvo en la puntuación final, acabó primera o segunda
todas las pruebas, para sumar 230 puntos, por 206 de Sarah Hammer y 199 de la
belga Jolien D’Hoore.
Finalmente, en las pruebas
cortas femeninas, destacar que no hubo presencia de la dupla británica,
aunque Becky James mantuvo un buen nivel con sendas medallas de plata. Una
corredora que parecía llamada a ser la sucesora de Victoria Pendleton, en 2013,
pero que no pudo competir varios años por diversos problemas físicos, para
hacer una gran rentrée en estos Juegos.
En la velocidad,
triunfo de la germana Kristina Vogel, con otra británica como bronce, Katy Marchant, en una prueba en la que la
alemana iba de menos -sólo pudo ser sexta en los 200- a más, ganando todos sus
enfrentamientos por la vía rápida. En el keirin, detrás de la neerlandesa
Elis Ligtlee que supo jugar muy bien sus bazas, con Anna Meares, bronce, la
que sería su sexta y última medalla olímpica.
En la prueba por equipos,
China ratificaba su excelente nivel mantenido durante todo el ciclo olímpico
y se llevaba el oro con Gong Jinjie y Zhong Tianshi, aunque no un récord del mundo
establecido en primera ronda (31.928), ya que no fue homologado porque le
obligaban a pasar el control antidopaje en ese momento, pocos minutos antes de
la final. Las rusas Anastasiia Voinova y Daría Shmeleva fueron sus ‘víctimas’
en esa última manga, con Alemania -Vogel Miriam
Welte- completando el podio.
Fue precisamente en esta
prueba en la que se obtuvo el mejor resultado de una España que sólo pudo
clasificar tres pistards. Y es que para Helena Casas y Tania Calvo ya fue todo
un éxito estar en Rio en un luchadísimo proceso de clasificación frente a
Francia o Gran Bretaña. La dupla española incluso mejoró una plaza respecto a
la octava de la clasificatoria, para terminar séptimas, es decir, con
diploma olímpico. Individualmente, Calvo era 19 en velocidad y 21 en
keirin, y Casas, 26 y 17, respectivamente. El otro español, Juan Peralta,
sólo intervino en la velocidad, decimonoveno, pero como sus compañeras, el
éxito fue estar en sus segundos Juegos.
Fuentes: Olympics.org, Olympedia y Wikipedia.
Fotos
- Mascotas oficiales. Foto: Comité Organizador
- Interior del velódromo en competición. Foto: Olympics
- Los entonces promedidos Laura Trott y Jason Kenny, cinco oros entre ambos. Foto: British Cycling
- La cuarteta británica. Foto: British Cycling
- Vuelta de honor de Viviani en Rio. Foto: CONI
- La delegación española, en la ceremonia de clausura. Foto personal Salvador Meliá
- Calvo y Casas, en acción. Foto: COE
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