En esos días recibió el apodo de ‘Cheetah’
-guepardo-, “por ser el gato más rápido de la jungla”, y sus habilidades le
condujeron hacia los velódromos, donde su éxito le llevó pronto a la élite
nacional. Su talento lo llevó al Centro de Entrenamiento Olímpico en San
Diego en 1980, y allí Eddie 'B' Borysewicz se encargó de pulir el diamante
en bruto que era.
Incluso la fortuna estuvo de su lado, ya
que el boicot del bloque del Telón de Acero a los Juegos Olímpicos de Los
Ángeles dio a la selección estadounidense un protagonismo impensable,
incluso en velocidad donde los germanorientales Lutz Heßlich, Michael Hübner o
Bill Huck o incluso el ruso Sergei Kopylov hubieran sido rivales insalvables. Una edición que curiosamente permitió la presencia de dos velocistas por nación, a diferencia de las anteriores o de la posterior, donde sólo se alineó uno. Y probablemente Vails no hubiera sido el representante norteamericano.
Vails seguiría compitiendo algunos años más, pero
no entrar en el equipo olímpico para Seul le llevó a otros derroteros, como por
ejemplo competir en las pruebas de keirin japonesas. Tampoco sus méritos o
experiencia le llevaron a ser técnico de la selección norteamericana, que
prefirió apostar por un técnico australiano. El caso es que Estados Unidos
tuvo algunos velocistas destacados después, como Marty Nothstein o Erin
Hartwell. Pero actualmente su peso en el concierto internacional del sprint masculino es casi
residual.
Y en su caso, dejó de estar vinculado directamente al mundo de los velódromos y orientó su vida hacia el ciclismo como ocio –‘Ride with Nelly’- y hacia la motivación, y con excelentes resultados. Y con un prestigio fuera de toda duda, que se recordaba en ‘Cheetah: The Nelson Vails Story’, un interesante documental rodado en 2014. "Siendo un triunfador, siempre fui bienvenido. Nunca fui excluido”, vuelve a reconocer.
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