“Hay que ser un imbécil o un hipócrita para imaginarte que un ciclista profesional que corre 235 días al año puede aguantar sin estimulantes”, fueron unas sinceras pero inoportunas, explosivas y bastante mal aceptadas declaraciones de Jacques Anquetil a ‘L’Equipe’ en 1967, y que repetiría en varios medios más en semanas sucesivas, demostrando que no habían sido fruto de un calentón.
Como contábamos en la primera parte de este post, Anquetil
tuvo la tentación durante muchas temporadas de culminarlas con un nuevo récord
de la hora, pero no fue hasta 1967 cuando se decidió. Deportivamente necesitaba
ese empujón, y más cuando había cambiado de equipo y deseaba dar alguna alegría al BIC, aunque sabía que estaba bajo sospecha.
Tras unos días de entrenamiento durísimo en la pista de
cemento de Besançon, el normando se desplazó a Milán, y en la tarde del 27 de
septiembre afrontó su tentativa. En esta ocasión, no se preocupó en exceso
por el peso de la bicicleta, 6,4 kilos con ruedas de un kilo cada una, aunque
volvió a elegir tubulares ligeros, de 105/108 gramos, e inflados con helio. La
clave estuvo en el desarrollo, 52 x 13, el más largo usado jamás en este tipo
de pruebas, y en su postura aerodinámica, conseguida por su larga
experiencia como contrarrelojista.
Y su táctica, parecida a la que empleó once años antes: ir
por debajo de los tiempos que había establecido el poseedor del récord
-recordemos, Roger Rivière- para dar rienda a partir del kilómetro 38 a todo su
potencial, lo que significó establecer una nueva distancia, 47,493
kilómetros, 150 metros más que su antecesor.
Posiblemente jamás se celebró tanto un récord como este,
con miles de aficionados en las gradas celebrando el éxito de Anquetil y
decenas de periodistas y fotógrafos intentando lograr unas palabras, unas
imágenes del nuevo plusmarquista, invadiendo incluso su propio vestuario.
Y en medio de todo ese bullicio se encontraba un tal
Doctor Marena, el médico nombrado para realizar el control antidopaje, algo que
parecía algo obligado vistos los antecedentes verbales del normando. Un
curioso personaje cuya única obsesión era cumplir con su cometido lo antes
posible, sin importarle todos los compromisos que Anquetil debía atender. Pero aparte
del caos en el vestuario, el Vigorelli era un desastre, sin que funcionase
ninguna ducha, sin que hubiera un lugar con las mínimas condiciones para la
toma de muestras.
La obsesión del Dr. Marena comenzó a irritar a Geminiani,
que dijo que no habían recibido ninguna comunicación sobre la realización del
control y contraatacó pidiéndole algún tipo de carta en la que se
demostrase que realmente tenía encomendada esa función, algo que no pudo enseñar.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Anquetil y su director regresaron al
hotel y el doctor permaneció casi dos horas más en el Vigorelli hasta
certificar que el control no se había realizado. En este sentido puede
extrañar la ‘ingenuidad’ de los franceses ya que en aquella época los
controles comenzaron a ser habituales y después de una prueba de este tipo y teniedo
a Anquetil como protagonista, era algo que no podía extrañar a nadie.
Por eso se pueden entender perfectamente sus siguientes
actuaciones, sabiendo que la razón no estaba de su parte. Por un lado, esa
misma noche contactaron con el Doctor Fratini, médico de las principales
pruebas italianas, para que realizara el control, algo a lo que se negó
dado que no quería usurpar las funciones de un colega. Por otro, nada más
llegar a Francia, Anquetil entregó una muestra de su orina en un laboratorio en
Rouen, para demostrar que no se negaba al control, aunque fuese 48 horas
más tarde, pero nunca se supo el resultado de este análisis.
Ese mismo día, además, enviaban una carta a la UCI
asumiendo sus responsabilidades, pero explicando todas las circunstancias
antes referidas… lo que le sirvió de muy poco. Y es que la UCI tomaba una decisión que fue calificada por la prensa en su momento como “rigurosa y astuta”, decidiendo no homologar la marca de Anquetil por "negligencia
técnica", evitando sentar un precedente ante corredores que pudieran
evitar someterse a un control antidopaje si no era en las condiciones fijadas
por el ciclista. Pero al mismo tiempo, se decidía no sancionar ni suspender
a Anquetil, con lo que vitaba cualquier tipo de apelación del corredor. Eso
sí, la severidad se trasladó a Geminiani, al que se multó con 2.500 francos
suizos y se sancionó con un año.
Y aunque hubiera sido homologada, no habría durado mucho:
a finales de octubre el belga Ferdinand Bracke establecía una nueva plusmarca
por encima de los 48 kilómetros y ya no en el Vigorelli, escenario de todas
las tentativas exitosas desde 1935, sino en el Olímpico de Roma, antes de
que Ole Ritter y Eddy Merckx iniciaran una nueva etapa en la altitud de la
Ciudad de México.
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