Desde finales de la década
de los noventa hasta la pandemia del Covid, que supuso un radical cierre de las
fronteras, era bastante habitual que la JKA invitase a algunos especialistas
internacionales para competir en la temporada japonesa de keirin. Una
estancia que se extendía durante aproximadamente tres meses, y siempre en pruebas
menores, aunque con un gran aliciente para estos corredores que podían ganar
unas importantes sumas que difícilmente podían conseguir fuera de Japón.
Tres españoles tuvieron la suerte de ser invitados - junto con Helena Casas algún tiempo después en el. Girls Keirin-, y de ellos el pionero fue el madrileño David Cabrero Buenache, uno de los frutos de la fecunda cantera de la UC San Sebastián Reyes -tan de actualidad en estos días por su cincuenta aniversario y por su 'absurdo' castigo en sus relaciones con su Ayuntamiento-. “En 1986 o 1987 construyeron el velódromo de Sanse, y allí entrenábamos todos los chavales, con la bicicleta de carretera, aunque luego comenzamos a hacerlo con la de pista. Por mis cualidades, comencé a centrarme en la pista, a competir en la Liga Intervelódromos y luego en otros eventos, hasta que llegué a la selección”, nos cuenta el ciclista, quien empezó a correr en keirin casi de rebote. “En aquella época era una prueba secundaria, que incluso se consideraba peligrosa. Le gente prefería la velocidad y el kilómetro, que eran las pruebas olímpicas. De hecho, Moreno y Escuredo ni querían verlo y me lo dejaban a mí, que era el más joven”.
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En su etapa como corredor de la selección. Foto: RM |
La JKA, aunque ya llevaba
diez años invitando a ‘gaijins’ -término que se usa para llamar a los extranjeros,
en japonés-, decidió aumentar la presencia internacional, en calidad, pero
también en cantidad, “y me imagino que como querían un español y yo era el que
participaba, pues me eligieron a mí. Primero se pusieron en contacto con la
Federación y luego la Escuela conmigo. Ya me mandaron el contrato y me llamó el
mánager que íbamos a tener en Japón para explicarme todo”.
Fueron algo más de tres
meses, de febrero a mayo de 1999, y ocho los invitados,
entre ellos Jens Fiedler, Sean Eadie, Frederic Magne, Sean Eadie, Ainars Kiksis
o John Jaime González. “Yo iba un poco de pardillo, porque solo había
hablado con Curuchet el pequeño -Juan-, pero había gente que se las sabía
todas, como Magne, que incluso se preparaba algunos meses antes en algún lugar
cálido para llegar mejor. Fue uno de los que más me ayudó, lo mismo que
John Jaime, con el que sigo manteniendo el contacto”.
La estancia comenzó con el
habitual mes en la Residencia para sacar la licencia.
“Era un sitio increíble, con un montón de hectáreas, y todo dedicado al
ciclismo en pista, con cuatro velódromos, de distintas cuerdas y todos
impecables. Pero era un mundo totalmente desconocido, porque lo tenían todo
controlado al milímetro. Hacías tests y pruebas, pero sobre todo te
enseñaban todo lo que te ibas a encontrar. Te hablaban de los premios y de
los impuestos que tenías que liquidar, de comportarte en carrera con educación,
sin gestos obscenos, sin hablar con los rivales, y menos aún con el público. De
cómo correr en distintas condiciones climatológicas, y que, aunque te cayeses,
tenías que cruzar la línea de meta si querías llevarte los premios. En todo
caso, tenías que ser muy malo y tener muy poco interés para no conseguir
sacarte la licencia”.
A partir de ese momento,
“nos pusieron el calendario de carreras, y los premios que obtuvieras para ti. Y
eran muy importantes, aunque terminases último. Creo que conseguí unos 50.000
euros, algo que pocos ciclistas podían decir que ganasen por un par de meses de
competición -por ejemplo, González dijo que las ganancias le permitieron
comprar una casa a su madre-. Vivíamos en la residencia e íbamos juntos a las
carreras desde allí, con el manager, aunque entre medias podíamos salir”
Según se recoge todavía en
la web oficial, el debut de デービッド カブレロ se
produjo en Ogaki, el 4 de abril de 1999 y hasta el 14 de mayo
compitió en 18 carreras, 12 de clase F2 y 6 de clase F1, en la que obtuvo
cuatro terceros puestos como resultados más destacados. En esos primeros años, casi
todos los extranjeros competían juntos, aunque en años posteriores, los
pilotos locales consiguieron que fueran separados ya que la presencia de tantos
foráneos -decían- jugaba en su contra.
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Cabrero, recientemente galardonado al Mérito Deportivo como vecino ejemplar de San Sebastián de los Reyes. Foto: Ayto Sanse |
En aquella época, aún no
había que dejar los móviles “porque casi nadie los teníamos, por lo menos yo
no”, y lo que más le impresionó a Cabrero, “fue el nivel de los
corredores más importantes, que eran auténticas estrellas. Había uno que
tenía un Lamborghini Diablo que era espectacular”. También los velódromos
resultaban muy distintos, “porque, aunque eran de cemento, parecía que corrías
sobre madera. No tenían junta de dilatación e incluso aunque lloviese, no
resbalabas. Yo corrí un par de veces bajo un diluvio y no pasó nada. Si tenías
una caída era por chocar”. Por cierto, la presencia de lluvia no suspendía
las carreras, pero los pistards recibían un plus por correr así.
A nivel deportivo, “eran muy buenos táctica y técnicamente, y en cualquier momento te la liaban. Aprendí mucho de ellos”. Tanto es así, que a su regreso a España, quedó en el tercer puesto en la Copa del Mundo celebrada en agosto en Valencia y un año más tarde competía en los Juegos Olímpicos de Sidney tanto en el keirin como en el kilómetro.
El caso es que la experiencia “se me hizo muy corta. Cuando ya le vas cogiendo el tranquillo, te tienes que venir. Me gustaría haber vuelto a repetir, pero no tuve la ocasión”. Y es que el keirin pasó a ser deporte olímpico y despertó el interés de otros velocistas que hasta el momento lo habían dejado de lado, como el mencionado José Antonio Escuredo o José Antonio Villanueva, que sería el segundo español en el imperio del keirin.
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