Mi primer sentimiento cuando me
enteré el lunes del final de la UCI Track Champions League fue el de tristeza,
ya que es una competición que he podido seguir muy de cerca y en la que he
estado bastante implicado desde su gestación. Nunca la vi como el futuro del
ciclismo en pista, como algunos preconizaban, pero sí desde una doble
perspectiva de ampliar la repercusión de la disciplina mediante sus formato básicos
para captar aficionados, así como en proporcionar un rendimiento económico a
los corredores que, en un amplio porcentaje, dependen de patrocinadores
propios y de becas o ayudas, al no existir un entramado de equipos
profesionales en esta disciplina (y más cuando la propia UCI ha ido
cercenando esta posibilidad en los últimos años).

El proceso de la Liga de
Campeones estaba muy bien concebido y protegido desde la propia UCI, que desplazó de las fechas invernales -en
las que no hay ciclismo de carretera- tanto el Mundial como la Copa del
Mundo/Naciones con el fin de dejar esas fechas reservadas para la Liga, que
nació con seis mangas -aunque se quedó en cinco- pero se planteaba tener
muchas más fechas en años venideros, y no sólo en Europa. Algo que no logró,
como tampoco el objetivo de captar a las grandes estrellas del fondo que en
su gran mayoría tienen contrato con equipos de carretera. En esos meses es
cierto que no hay competición, pero sí otras muchas actividades con sus equipos
-o simplemente un periodo de merecido descanso- que impiden que cualquier
fondista pueda dedicar esas cinco fechas ‘sine qua non’. Y aquí paso de la
tristeza a la rabia, porque la UCI no se haya planteado de una vez que la
compatibilidad entre las dos disciplinas en forma de los famosos puntos UCI,
sobre lo que no me voy a extender, ya que lo he tratado en repetidas ocasiones.
Y desgraciadamente es algo que tiene bastante unanimidad en el mundillo pistard.
Un tercer sentimiento es el de
perplejidad al oír que se habla de la potenciación de la Copa del Mundo, que mantiene el mismo formato de la Copa de las Naciones, eso sí, con difusión
televisiva gracias a la colaboración del WBD Sports. En este caso me temo
que el principal cambio será el de la denominación… y vuelvo a recordar que el
nombre de World Cup es sinónimo en muchos deportes de World Championships,
lo que conlleva a equívocos que se evitarían manteniendo el de Nations Cup.
Filosofías radicalmente distintas
Pero lo importante es que por
mucho que se potencie la Copa del Mundo, la filosofía es radicalmente distinta,
ya que es una competición por países de cara a los grandes objetivos mundialistas
u olímpicos: sumar puntos, pero también ir experimentando con nuevos
corredores. Los mejores sólo van a estar en la medida de que los ‘necesiten’
sus selecciones. Las carreras pueden ser muy interesantes y competidas… pero el
objetivo es otro muy distinto. Y para los deportistas no supone ningún
beneficio económico directo. Conviene no olvidar, además, que desde 2025 no pueden participar ya los equipos comerciales.
Y aquí llegamos a un último sentimiento, que engloba todos los anteriores, al ver que la UCI es incapaz
de dar luz verde a cualquier tipo de actuación que se escape de su paraguas -más
bien, de su corsé-, aunque sea beneficiosa para el ciclismo, y sobre todo,
para los ciclistas. El ejemplo más claro es el de DerbyWheel, una
competición con unas excelentes perspectivas, que podría suponer una base
económica más que interesante para los pistards, en concreto para los
velocistas, que son quienes tienen más dificultades en este apartado. Y
que incomprensiblemente, permanece bloqueada por la propia UCI, sin que exista
ninguna alternativa al respecto. A falta de actuaciones concretas nos tenemos que conformar con el juicio profético de su presidente: "Confío en que el ciclismo en pista seguirá creciendo en popularidad, de cara a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028 y más allá".
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